ENCERRADO FUERA

Veinte arboles, veinte, planté al poco de llegar a mi cabaña. Veinte agujeros a pico y pala, que me dejaron deslomado para un par de semanas. La mujer del invernadero me dijo que de un metro cúbico ( 1m x 1m x 1 m, que son mil litros), que se vio reducido al primer picotazo a 0,8mx0,8mx0,8 m (que son 512 litros), a 0,5mx0,5mx0,5 ( 125 litros ) tras el primer tirón, y posteriormente a lo necesario para meter el cepellón bajo tierra. Vamos, que el último peral quedó a ras de prado, y a correr.
La semana siguiente se colaron las vacas de mi vecino, y entre los que se comieron y los que me troncharon, me dejaron la plantación arruinada.
Hete aquí el primer gesto consciente de aprendiz de pasiego : los nuevos arboles los compré sin decir nada a nadie, y los llevé sin enseñarlos, y los planté sin quejarme. Coloqué unas hermosas estacas con dos alambres de espino, como defensa ante las vacas, y me fui satisfecho por la obra, y cabreado con el vecino porque no había tenido su ganado controlado, pues pensaba yo que si el mal lo produce el ganado, debería ser su dueño el responsable de cerrarlo. Inocente de mi.  
El siguiente asalto lo libraron las cabras, que no se detienen ante un insignificante alambre de espino si detrás hay hojas tiernas. Y me diezmaron de nuevo la plantación. Mas bien el diezmo es lo que dejaron, y el 90% lo que comieron.
Para general tranquilidad os diré que el esfuerzo de cavar cada agujero disminuye considerablemente cada vez si lo vuelves a hacer en el mismo emplazamiento, con la tierra ya removida, lo que acorta notablemente el tiempo de recuperación del espinazo. Después de la tercera vez, casi estás al viernes siguiente para salir de fiesta.
Bueno, pues tras tropezar en la misma piedra, coloqué un cierre de los de verdad con postes y malla de casi dos metros de alto. Mientras, pensaba en el dueño de las cabras, y en la mala costumbre de dejarlas a su libre albedrío por ahí. Pero ahora, con mi nueva valla, estaba todo resuelto.......
Llegó la primavera y con ella el ganado del vecino volvió a pastar junto a mi prado. Y mientras yo trabajaba en mi huerta, el pedazo de toro que tiene me miraba, serio e impasible.


Entonces, seguro tras mi valla, pensé que, curiosamente, era yo quien estaba encerrado en mi huertecilla, mientras él pastaba en todo el monte. Yo estaba en mi reducto mio mio para mí, y el era libre. Pero cuando la hierba de fuera se acabase, y sólo quedase la de dentro, no habría valla, verja, escofina, frontera o benemérita que detuviese el deseo o la necesidad de un ser vivo de pasar al otro lado, de sobrevivir, de proveer para los suyos.
Que si de forma natural tenemos derecho a luchar por sobrevivir y por que lo hagan los nuestros, no parece que esta sociedad esté correctamente organizada, si hay quien tiene que saltar alambradas, navegar en patera o morir en los bajos de un camión.
Puta mierda. No hemos avanzado nada. Seguimos defendiendo nuestro prado con alambradas, cada uno su hierba, para que nuestros semejantes no entren. Cuando todos sabemos que hay mas longaniza que días, y que hay orégano suficiente en el campo.Y para mas güevos, en un gesto hipócrita, dejamos entrar a los refugiados políticos (dícese clase media casi europea) y seguimos dejando fuera a los que se muren de hambre, porque esos son migrantes económicos, y a esos no hay que dejarles pasar. Parece que, como corderos de Nietzsche, necesitamos que al otro lado de la alambrada haya alguien jodido para sentir que nosotros estamos bien.
Pues a mí se me atraganta la hierba cuando veo cómo lo pasan al otro lado.
Ven, amigo y pace conmigo. Y paCeremos y paZeremos.

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